Diarios de Campaña de la Dragonlance. Prólogo: Valens
Después de tres años de ausencia, completando una Gesta de Honor que le permitiera ser nombrado Caballero de Solamnia, Roderick Uth Scher apareció justo a tiempo como para coincidir con su viejo amigo Gneo, ahora soldado de fortuna con un reciente permiso de quince días, y Gaius, aspirante a hechicero que decía tener tanta habilidad con las mujeres como con los hechizos. Si esto fuera cierto, valiente galán estaría hecho el muchacho, ya que lo que éste celebraba era la llegada de un correo a su nombre, invitándolo a pasar la famosa Prueba de Alta Hechicería en la Torre de Wayreth, que le habría de premiar con el acceso a poderosísima magia si la pasaba o con la muerte si fallaba.
Acompañaba a Gaius un compañero de academia, Kal-Obert, de mediana estatura, rasgos más finos y mirada penetrante como si analizara a los demás en la primera ojeada. Aunque había llegado a oídos de los amigos de Gaius que Kal-Obert era un alumno más avanzado que el primero, la verdad es que era un chico mucho menos animado para las fiestas y celebraciones.
El lugar de encuentro resultó ser -cómo no- la taverna donde, jarra tras jarra, el caballero de finos rasgos, el rudo soldado, y los dos jóvenes aspirantes a magos empezaban a perder el sentido y soltar estupideces acerca de sus glorias como amantes durante los años en que no se habían visto. Se les unió a media fiesta el hijo pequeño de los Eyeforge, família con una larga tradición de herreros a la que el menor parecía resultarles incontrolable: quince años y era ya un tahúr profesional, además de borracho empedernido.
«Me apuessto, claballero, a que niunca t’hass enfrentado a nada tan peguilosso como lo que nos esspera a nossotross de camino a Wayrez» desafiaba, borracho como una cuba, Gaius a Roderick.
«Pues si tan peligrosso es, presditigitador de pacotilla, ahí estaré yo para socorrerte cuando llores como una niña» respondía, osado, el aspirante a Caballero.
«¡No tienes lo que hay que tener, solámnico imberbe!»
Y la ofensa fue mayúscula, pues el joven Uth Scher se levantó lo más raudo que pudo y, desenvainando su espada de forma más bien peligrosa para sus compañeros, carraspeó y dijo:
«Juro por mi padre -que en paz descanse- y por Huma y Magius y la amistad que los unía, que te acompañaré a esa Torre de Ueiret para que llegues sano y salvo. A tí y a tu amigo el Kal-O-Bret».
Y tras unos momentos de estupefacción, el resto de la mesa -a excepción, por supuesto, de Kal-Obert, que parecía no querer encontrarse en semejante compañía- se unió al compromiso:
«¡Sí, eso bismo, dí que shí! ¡Yo también te acombaño, abigo!» festejaba Gneo mientras brindaba violentamente, abrazado al joven Will, que reía con ganas y gritaba «¡Hasta el fin del mundo!».
El verano pasaba y los tiempos de cosecha se acercaban en las provincias sureñas de Kharolis. El viento casi no soplaba, y el cielo era claro prácticamente en su totalidad; demasiado claro para Trelmar. Desde lo alto de la colina, la pequeña ciudad de Valens parecía tranquila a sus ojos, quizás demasiado tranquila en los agitados tiempos que -a opinión de Trelmar- corrían y que, seguro, empeorarían. Aunque claro, ella aparentaba demasiado guerrera para una joven mujer de esbelta figura… y cansado rostro. Era hora de llegar a su destino y darse un merecido descanso.
La carretera principal no parecía estar anormalmente vigilada, y no fue hasta que la guerrera se encuentró en la misma entrada de la ciudad que fue cuestionada por hombres armados y uniformados.
«Deténgase vuesa merced!»
«Traigo un mensaje para vuestro superior. Sé de tropas hostiles dirigiéndose hacia aquí».
«Acompañenos, será mejor que entregue el mensaje en persona. Le rogamos sin embargo que entregue su arma, en señal de paz, y que se identifique».
Reconocible es la famosa cortesía solámnica, que no impide sin embargo que el soldado se exprese con dureza y serenidad:
«¿Trelmar de…?»
«Sólo Trelmar» sentencia.
Tras ser guiada hasta una villa al otro lado de la ciudad, no muy lejos de los muelles, Trelmar esperó en el atrio de los Uth Scher. Los Uth Scher eran, como su nombre de casta indica, una familia solámnica que, al contrario que muchas, fue bien recibida al huir de Solamnia durante los años subsiguientes al Cataclismo, y no sólo se estableció pacificamente sino que era la familia encargada de la ley y el orden en Valens. Tras un breve espacio de tiempo, suficiente para que Trelmar descansase sus entumecidos músculos en un banco mientras observaba las enredaderas que asciendían por las paredes de la casa, es llamada para la audiencia.
Una sencilla sala con una silla bien tallada es todo lo que Trelmar contó como sala de audiencias en casa de los Uth Scher. Si bien no esperaba mucho más, lo que sorprendió más a Trelmar fue la presencia sentada de una mujer; los solámnicos son una prole tradicionalmente patriarcal, y dificilmente aceptan a mujeres fuera del papel de esposas.
«O al menos eso se supone que dice el Código, la Medida o cualmalditas tablillas de Solamnus» pensó Trelmar para sus adentros.
Cómoda con la afable mirada de Virginia Uth Scher -así dijo llamarse la señora-, se desarrolló una tranquila conversación acerca de la migración de las aves, la sequía de la zona y, claro está, sobre la armada que desde el noreste se dirigía hacia los puertos que, como Valens, comunican el continente con las islas de Ergoth.
«¿Es nuestra ciudad la primera a la que informa?»
«No, mi señora, pasé antes por el Paso de Durvik, más al noreste, donde se me indicó que prosiguiera mi camino hasta aquí y, si podia, pidiera ayuda para combatir una terrible plaga que se padece en dicho pueblo»
«Enviaremos mensajeros en todas direcciones lo antes posible. Aunque dudo que resulte novedoso para nadie, empiezo a creer que el Ejército de los Dragones no va a comformarse con una parte de Krynn… En cuanto al Paso, quizás podamos hacer algo»
Cuando el hijo menor de Héctor Eyeforge, herrero de Valens, con tan sólo quince años, le comunicó a su padre que acompañaría a dos aspirantes hechiceros y dos guerreros a una Torre de Alta Hechicería, a través de las montañas y un bosque encantado, éste se sintió… Aliviado.
La economía familiar, aunque no precaria, dejaría de verse continuamente saqueada por el muchacho, quien parecía tener alergia al trabajo -especialmente cualquiera que tuviera que ver con la tradición familiar-, y por sus deudas de juego, ya que el mayor logro de Will a lo largo de su vida parecía ser el haberse convertido en tahúr profesional con irregular fortuna. «Hijo, este viaje te hará un hombre» decía entusiasmado el herrero.
Resacoso y con lagunas en su memoria despertose Roderick Uth Scher, quien gustaba de dormir solo desde que retornó de su viaje, y que siempre salía de su estancia con ropa de guerra, ya fuera de cueros o con la armadura también heredada de su padre.
Al salir a hacer un poco de gimnasia y esgrima, cruzose con una joven de esbelta figura, aunque de endurecidos rasgos, que entraba a la casa acompañada de uno de los guardias.
«Noticias para madre, debe llevar» pensó Roderick.
Más tarde, durante los ejercicios, apareció Gaius por la finca Uth Scher.
«¿Qué, ya tienes listo el equipaje?» dijo éste, con la habitual descortesía.
«¿Qué equipaje…?» respondió Roderick, casi molesto, mientras lanzaba estocadas al aire.
«¿Disculpa? ¿Tengo que recordarte que ayer me juraste por tu padre y por Huma y Magius y blablabla que vendrías a la Torre con nosotros? Gneo y Will ya están listos…»
«Es una broma…»
«Ni por asomo. Tengo testigos». La sonrisa de gaius parecía no caberle en la cara. «Y un juramento no es cosa de broma para un solámnico ¿eh?» añadió, rompiendo a reír.
«¡Oh, a la…»
«¡Eh, no vayas a perder tu cortesía solámnica…!» se apropiaba Gaius, como siempre, de la última réplica.
«Madre, ¿Me ha hecho llamar?»
«Sí, hijo, le presento a la Señora Trelmar. Ha venido del norte para advertirnos de que los rumores de guerra son ciertos y están muy cerca. Pero también ha venido a pedir ayuda para el Paso de Durvik, pues parece que una plaga azota la villa. Quiero que vaya a investigarlo y, si es posible, socorrérlos»
«Madre, ayer mismo juré acompañar a Gaius a su prueba en la Torre de Wayreth. Pero el Paso está más o menos en la misma dirección, así que propondré a mis compañeros hacer parada en la villa e investigarlo»
«Que así sea, pues. Mantángame informada, hijo»
«¿Vendrá usted con nosotros, señora?» Preguntó Roderick al acompañar a Trelmar fuera de la finca familiar.
«Mi espada no trabaja gratis»
«Oh, vamos, ha contado que le suplicaban ayuda ¿y no va a venir a ayudarnos? Una espada más no vendría mal…» respondió un incréculo Roderick.
«No, si no voy a ganarme el pan».
«Mmm… ¿Qué quiere? ¿Dinero, acero? Está bien, le ofrezco el botín o recompensa que podamos obtener si nos acompaña, pero nada de saqueo»
«Nada de saqueo». Sentenciaba Trelmar, cerrando el trato con satisfacción para ambos.
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